El ser en la jungla

No recuerdo los motivos que me llevaron a escapar de casa.

Tal vez un enfado, posiblemente el sentimiento de asfixia provocado por la interminable rutina. Una imperiosa necesidad de buscar la respuesta a una pregunta que nunca se hizo. Ahora estaba perdido en medio de la jungla que, con el paso de los años, había recuperado su dominio sobre la ciudad. Aún podían adivinarse las formas de los edificios y los vehículos que habían quedado sepultados por la vegetación. Cosas que nunca conocí realmente y que solo he visto en videos viejos en la biblioteca.

Alguna vez este lugar se llenó con ruidos de diversos motores y el bullicio de voces que se mezclaban sin armonía. Ahora solo existen los murmullos de la jungla, el zumbido incesante de los insectos, los eventuales cantos de las aves y el tranquilizante sonido del viento empujando a la vegetación. Esa orquesta tenía un efecto hipnótico que pronto me hizo olvidar los motivos que me habían llevado hasta ahí.

Cientos de ojos me vigilaban desde el anonimato que proporcionaba la maleza, todas esas presencias pendientes de mi torpe andar en el terreno irregular, pero había un par de ojos que me seguían con una particular curiosidad. El dueño de esos ojos pareció olvidar toda precaución que se le debe a un extraño, el sonido de las hojas secas crujiendo detrás de mí confirmó que la figura estaba apenas a unos pasos de distancia. Pude escuchar su respiración justo antes de darme vuelta y encontrarme de frente con la criatura.

No puedo calcular el número de pensamientos que arremetieron contra mí cuando nos encontramos frente a frente, sin embargo, la mezcla de terror y asombro que me provocaba aquel ser me impedía llegar a una conclusión clara. El parecido entre nosotros resultaba imposible de ignorar, ciertas palabras que alguna vez leí surgieron de entre mis recuerdos, “a nuestra imagen y semejanza”.

Cuando su dedo me tocó quise poder llorar. Nos parecíamos tanto que sentí la inmediata sensación de responder a tal gesto, pero el asombro me impidió hacerlo. Sin embargo, había algunas diferencias que me inquietaban todavía más. La primera es que la criatura estaba cubierta de pelo casi en totalidad, la segunda era la proporción de sus extremidades, pues sus brazos eran más largos que los míos y sus piernas más cortas; y la última es que ese ser respiraba.

De pronto dio la vuelta y se perdió nuevamente en la espesura de la jungla, el sonido de unos pasos detrás de mí lo había asustado.

Te he estado buscando por todas partes, dijo mi hermano cuando llegó junto a mí. He visto a un humano, he conocido a nuestros creadores, le dije posando mis ojos sobre él. Los humanos están extintos, ese era un orangután. Me respondió esbozando una sonrisa mientras dábamos vuelta para regresar a casa.