El nacimiento de Coel, parte 2

Tenía hipo y diarrea. Mi dignidad peligraba con cada espasmo y he de confesar que sucumbió un par de veces. En mi defensa solo puedo decir que para ese momento estaba dopado y dormido gracias a la influencia de las medicinas. Fueron momentos duros, al contrario de mis evacuaciones.

El hipo duró una semana sin detenerse, como dije, probé casi de todo, pero no las últimas dos opciones (los invito a que lean la entrada anterior si no saben de qué les hablo). Pero regresaré un poco en la historia, para narrar los eventos en orden (al menos el orden que mi mente afectada por la falta de sueño logró darles).

El primer día, un lunes, fue el de la junta y no me pareció alarmante porque lo consideraba algo pasajero. Además, en ese momento estaba más preocupado por mi estómago. Pero llegó la noche y el hipo no cedía. Intenté ir al doctor, pero a esa hora ya estaba cerrado así que fui a la farmacia para averiguar si existía algo para aliviar mis males. Solo tenían medicina contra la diarrea y me recomendaron nuevamente los remedios caseros para el hipo. El universo parecía querer orillarme a probar lo del dedo, pero yo no estaba dispuesto a ceder.

Un gurú de la fila de la farmacia se me acercó después de escuchar sobre mis males. Tienes que llorar, me dijo. Después procedió a dar una explicación sobre las emociones y cómo afectan nuestro cuerpo. Entiendo, dije dándole el avión. Debí hacerle caso, pero en ese momento no entendí la relación entre llorar y que se me quitara el hipo. Obviamente no logré conciliar el sueño esa noche y, después de tantas horas, las costillas ya comenzaban a dolerme.

El martes por la mañana pude ir al doctor. Hizo el rutinario interrogatorio y después me dijo que quería probar la maniobra de Valsalva y que me tenía que acostar en la mesa de exploración. Va a probar lo del dedo, pensé mientras una lágrima me escurría por la cara. Pero no, por suerte solo me apretó el diafragma mientras exhalaba.

El remedio pareció algo mágico. Se me quitó de inmediato. Además, me puso una inyección que evitaría que me regresara el hipo. Volví a casa con el kit de medicinas que me recetó y creí que por fin podría comer y dormir. No había podido comer porque el hipo me obligaba a devolver todo lo que entraba y no podía dormir porque no podía relajarme con el hipo. Pero el hipo regresó después de intentar comer… el remedio mágico resultó durar poco más de 3 horas.

Contacté al doctor y me dio cita para el día siguiente. Para ese momento ya no se podía considerar mi mal como algo pasajero y ahora el hipo ya parecía más alarmante que el problema estomacal. Después de otra noche de no comer y dormir regresé con el doctor. Intentó la maniobra nuevamente pero ya no funcionó. Me recomendó ver a un gastroenterólogo y luego me habló de la posibilidad de que el hipo fuera provocado por algo más, también me dijo que una solución podría ser operar el nervio frénico. Con las cosas que mencionó estaba claro que un susto no iba a remediar la situación y la angustia comenzaba a ganar terreno.

La cita con el gastroenterólogo sería hasta el día siguiente por la tarde. La espera me pareció eterna. Para ese momento el dolor de costillas había aumentado y sentía como si me hubiera pateado un hipopótamo. Aunque no sé qué tan fuerte pateen los hipopótamos, pero seguro que bastante fuerte, especialmente si están bajo el agua. Por cierto, la etimología de hipopótamo se entiende como “caballo de río” y siempre me ha parecido curioso que decidieran llamarle así.

El jueves por la tarde pude ver al gastroenterólogo. En esta ocasión mi hermana tuvo que responder el interrogatorio por mí. Entre el hipo, el dolor que me provocaba, la falta de sueño y el efecto de las medicinas que me habían dado yo ya no estaba en condiciones de responder. Alivió rápidamente todos los miedos que me había infundado el otro doctor y me dijo que mi problema era porque el estrés me había provocado gastroenteritis y eso me había causado reflujo, que era lo que causaba el hipo. Y, por si se lo preguntan, no usaba bastón y era buena persona. Tampoco se parecía al Dr. House. Me recetó medicina contra la ansiedad, que fue lo que me ayudó a dormir a pesar de que el hipo continuaba. Por supuesto también me hacía bajar la guardia y aflojar las defensas posteriores… Por eso sucumbió mi dignidad.

Sin embargo, el hipo no se detuvo de inmediato y para ese momento ya había perdido la paciencia. Además, mi mente no estaba en su momento más brillante. Lo que me llevó a cometer un gran error. Pero les contaré sobre eso en la siguiente entrada, junto con el desenlace de esta triste y escatológica historia.

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