La pastorela del 92

Navidad. Esa época en la que las escuelas organizan festivales para que los papás puedan disfrutar de las dotes histriónicas de sus hijos que están cursando el jardín de niños. Y es precisamente en esta fecha en la que viene a mí uno de los recuerdos más antiguos que poseo. Mi actuación como pastor en una de las obras del kínder. El papel que me lanzó al estrellato y con el que descubrí que lo mío era la comedia.

En la entrada anterior les comentaba sobre algunas de las cosas que disfruto de la Navidad. Así que ahora quiero hablarles un poco sobre las pastorelas. En México se celebran como parte de una tradición que viene desde la época de la Colonia. Los misioneros franciscanos aprovecharon ciertas prácticas de los pueblos que habitaban lo que actualmente es México para introducir obras de teatro religiosas que tenían el propósito de transmitir los pasajes de la vida de Cristo.

En la actualidad las pastorelas siempre representan, más o menos, la misma historia. El nacimiento de Cristo. Se narra desde el momento en el que uno de los ángeles recibe la misión de anunciarle a la Virgen María que de ella nacerá el Mesías. Ella, junto a su esposo, José, deberá recorrer el camino que la llevará hasta el pesebre. Mientras tanto, otros ángeles llevarán a los pastores de la zona la buena nueva de que el salvador pronto ha de nacer y deben ir a recibirlo, pero no es una tarea fácil porque los demonios tratan de impedirlo. Al final, todos los personajes llegan al momento en el que el niño Dios ha nacido y recuerdan la importancia que tiene la Navidad para el cristianismo, recibir a Cristo.

Estas historias, por supuesto, han sido adaptadas por diferentes autores y se permiten ciertas libertades artísticas y la introducción de otros personajes que pueden o no estar relacionados con el cristianismo con el fin de lograr que la obra sea más cómica. Tampoco es raro introducir dentro de los diálogos algunos chistes picarescos destinados para los miembros más conocedores de la audiencia.

No logro recordar las particularidades de la historia que se representó en aquella pastorela en la que participé en mi tierna infancia. Pero sí recuerdo muy bien que mi papel era el de un pastor. Un papel reservado para los niños de segundo grado de preescolar, pues los papeles con diálogo, y, por lo tanto, los protagónicos, estaban destinados para los niños más grandes, los de tercero. Los niños de primero, los más pequeños, debían interpretar a los animales del pesebre. A pesar de que mi papel no tenía diálogo, no me resultó difícil resaltar entre el resto de los pastores.

Desde luego, no fue algo intencional. Ocurrió más bien como producto de mis dotes innatas de improvisación (lo que quiere decir que ocurrió contra mi voluntad). La instrucción era sencilla, los pastores debíamos guiar a los animales (a los niños disfrazados de animales, digo) al ritmo de la canción de “Arre borriquito” alrededor del escenario para llegar al pesebre y colocarnos alrededor de la escena que conformaba el nacimiento.

La ejecución, sin embargo, resultó no ser tan sencilla como lo había planeado. Mi compañero actor y yo estábamos completamente comprometidos con el papel. En ese momento dejamos de ser un par de niños y nos convertimos en un pastor y un borrego. Debo decir que su actuación como borrego fue algo excepcional y que mi lanzamiento al estrellato no habría sido posible sin él.

Empezó a sonar la canción y él respondió con excesiva alegría al llamado de “arre borriquito”. Me miró y sonrió con esa cara diabólicamente traviesa que suelen hacer los niños después de consumir grandes dosis de azúcar. Y se lanzó, no como un borrego, ni como un burro, sino como un caballo salvaje. La canción lo seguía animando, “arre, burro, arre” y él, a pesar de que estaba gateando, hacía todo su esfuerzo por ir lo más rápido posible… en el sentido contrario al que debíamos ir.

Yo estaba empeñado en hacer un buen papel y hacer que mi familia se sintiera orgullosa de mi participación en esa obra de teatro. Mi mamá ya se había esforzado en conseguirme el disfraz y caracterizarme como pastor, era lo menos que podía hacer. Por lo que ese cambio de planes se convirtió en un obstáculo para mi propósito. Y como ya les he mencionado en otras entradas, yo era aprensivo desde chiquito.

Entonces, el resto de los pastores siguieron el camino indicado. Mi borrego corrió al lado contrario y yo, por supuesto, completamente metido en mi papel, no podía simplemente abandonarlo. Así que hice todo lo posible para pastorearlo y llevarlo por el camino correcto, pero él estaba empeñado en ir hacia otro lugar. La canción duraba apenas unos minutos, estaba por terminar y nosotros estábamos lejos de nuestro lugar. Las risas comenzaron a brotar entre el público, en ese momento sentí que había fracasado como actor y como pastor. Finalmente, después de muchos esfuerzos y zapateos furiosos, pude conseguir que el borrego regresara al camino adecuado.

En ese momento para mí lo importante era que llegáramos al lugar destinado. No me di cuenta de que para cuando llegamos el niño ya había nacido y los reyes magos ya le estaban entregando los regalos que llevaban. Sin embargo, las risas se seguían escuchando.

La obra terminó en el momento en el que sentí que lo habíamos arruinado todo. Creí que había defraudado a mi familia y que las maestras no estarían contentas con lo ocurrido. Pero cuando llegaron los aplausos del público era muy claro que nuestro papel les había gustado. Mi compañero actor tenía razón… esa era la manera de llevarse una obra cuando a uno no le dan diálogos.

Desde entonces las pastorelas, y el teatro, han sido una de mis actividades favoritas. Ya les contaré más sobre eso en próximas entradas. Espero que hayan pasado una feliz Navidad rodeados de sus seres queridos y que Santa les haya traído muchos regalos. Este año está por terminar, cerrémoslo con gracia. Espero verlos en la siguiente entrada.