La pastorela del 92

Navidad. Esa época en la que las escuelas organizan festivales para que los papás puedan disfrutar de las dotes histriónicas de sus hijos que están cursando el jardín de niños. Y es precisamente en esta fecha en la que viene a mí uno de los recuerdos más antiguos que poseo. Mi actuación como pastor en una de las obras del kínder. El papel que me lanzó al estrellato y con el que descubrí que lo mío era la comedia.

En la entrada anterior les comentaba sobre algunas de las cosas que disfruto de la Navidad. Así que ahora quiero hablarles un poco sobre las pastorelas. En México se celebran como parte de una tradición que viene desde la época de la Colonia. Los misioneros franciscanos aprovecharon ciertas prácticas de los pueblos que habitaban lo que actualmente es México para introducir obras de teatro religiosas que tenían el propósito de transmitir los pasajes de la vida de Cristo.

En la actualidad las pastorelas siempre representan, más o menos, la misma historia. El nacimiento de Cristo. Se narra desde el momento en el que uno de los ángeles recibe la misión de anunciarle a la Virgen María que de ella nacerá el Mesías. Ella, junto a su esposo, José, deberá recorrer el camino que la llevará hasta el pesebre. Mientras tanto, otros ángeles llevarán a los pastores de la zona la buena nueva de que el salvador pronto ha de nacer y deben ir a recibirlo, pero no es una tarea fácil porque los demonios tratan de impedirlo. Al final, todos los personajes llegan al momento en el que el niño Dios ha nacido y recuerdan la importancia que tiene la Navidad para el cristianismo, recibir a Cristo.

Estas historias, por supuesto, han sido adaptadas por diferentes autores y se permiten ciertas libertades artísticas y la introducción de otros personajes que pueden o no estar relacionados con el cristianismo con el fin de lograr que la obra sea más cómica. Tampoco es raro introducir dentro de los diálogos algunos chistes picarescos destinados para los miembros más conocedores de la audiencia.

No logro recordar las particularidades de la historia que se representó en aquella pastorela en la que participé en mi tierna infancia. Pero sí recuerdo muy bien que mi papel era el de un pastor. Un papel reservado para los niños de segundo grado de preescolar, pues los papeles con diálogo, y, por lo tanto, los protagónicos, estaban destinados para los niños más grandes, los de tercero. Los niños de primero, los más pequeños, debían interpretar a los animales del pesebre. A pesar de que mi papel no tenía diálogo, no me resultó difícil resaltar entre el resto de los pastores.

Desde luego, no fue algo intencional. Ocurrió más bien como producto de mis dotes innatas de improvisación (lo que quiere decir que ocurrió contra mi voluntad). La instrucción era sencilla, los pastores debíamos guiar a los animales (a los niños disfrazados de animales, digo) al ritmo de la canción de “Arre borriquito” alrededor del escenario para llegar al pesebre y colocarnos alrededor de la escena que conformaba el nacimiento.

La ejecución, sin embargo, resultó no ser tan sencilla como lo había planeado. Mi compañero actor y yo estábamos completamente comprometidos con el papel. En ese momento dejamos de ser un par de niños y nos convertimos en un pastor y un borrego. Debo decir que su actuación como borrego fue algo excepcional y que mi lanzamiento al estrellato no habría sido posible sin él.

Empezó a sonar la canción y él respondió con excesiva alegría al llamado de “arre borriquito”. Me miró y sonrió con esa cara diabólicamente traviesa que suelen hacer los niños después de consumir grandes dosis de azúcar. Y se lanzó, no como un borrego, ni como un burro, sino como un caballo salvaje. La canción lo seguía animando, “arre, burro, arre” y él, a pesar de que estaba gateando, hacía todo su esfuerzo por ir lo más rápido posible… en el sentido contrario al que debíamos ir.

Yo estaba empeñado en hacer un buen papel y hacer que mi familia se sintiera orgullosa de mi participación en esa obra de teatro. Mi mamá ya se había esforzado en conseguirme el disfraz y caracterizarme como pastor, era lo menos que podía hacer. Por lo que ese cambio de planes se convirtió en un obstáculo para mi propósito. Y como ya les he mencionado en otras entradas, yo era aprensivo desde chiquito.

Entonces, el resto de los pastores siguieron el camino indicado. Mi borrego corrió al lado contrario y yo, por supuesto, completamente metido en mi papel, no podía simplemente abandonarlo. Así que hice todo lo posible para pastorearlo y llevarlo por el camino correcto, pero él estaba empeñado en ir hacia otro lugar. La canción duraba apenas unos minutos, estaba por terminar y nosotros estábamos lejos de nuestro lugar. Las risas comenzaron a brotar entre el público, en ese momento sentí que había fracasado como actor y como pastor. Finalmente, después de muchos esfuerzos y zapateos furiosos, pude conseguir que el borrego regresara al camino adecuado.

En ese momento para mí lo importante era que llegáramos al lugar destinado. No me di cuenta de que para cuando llegamos el niño ya había nacido y los reyes magos ya le estaban entregando los regalos que llevaban. Sin embargo, las risas se seguían escuchando.

La obra terminó en el momento en el que sentí que lo habíamos arruinado todo. Creí que había defraudado a mi familia y que las maestras no estarían contentas con lo ocurrido. Pero cuando llegaron los aplausos del público era muy claro que nuestro papel les había gustado. Mi compañero actor tenía razón… esa era la manera de llevarse una obra cuando a uno no le dan diálogos.

Desde entonces las pastorelas, y el teatro, han sido una de mis actividades favoritas. Ya les contaré más sobre eso en próximas entradas. Espero que hayan pasado una feliz Navidad rodeados de sus seres queridos y que Santa les haya traído muchos regalos. Este año está por terminar, cerrémoslo con gracia. Espero verlos en la siguiente entrada.

Navidad 2022

Hace un tiempo les conté sobre lo mucho que me gusta el Halloween. Ahora es momento de hablar de la Navidad. No voy a decir que soy como el Grinch y que la odio, porque hay ciertos elementos que me gustan bastante. Pero sí debo aclarar que no soporto las canciones navideñas que suenan en todas partes, las muchas películas que se producen para esta época (y que poco tienen que ver realmente con la Navidad, salvo que ocurren en esa fecha), y, sobre todo, la publicidad agresiva que usan con el fin de hacerte sentir culpable si no compras regalos.

Quitando esas cosas superficiales de la mercadotecnia, encuentro algunas cosas maravillosas en la Navidad. Siempre he estado convencido de que la magia existe, aunque los medios hagan todo lo posible para convencernos de que no es cierto. Y la parte que me encanta de la Navidad es que es la época del año en la que se le permite a la magia ser real.

Y no estoy hablando de los milagros de la Navidad que abundan en las películas de temporada, sino de las creencias que hay alrededor de estas fiestas. En esta época los adultos permiten a los niños creer en la magia sin romperles sus sueños. Si es primavera y un niño ve un hada, la mayoría de los adultos le explicará que las hadas no son reales y que seguro se lo imaginó. Pero ninguno se atrevería a decirle que Santa Claus o sus duendes ayudantes no son reales. Ciertamente, la Navidad se disfruta más cuando se es niño y no ha sido contaminado por la falta de fe de los adultos. No hay nada como la magia de esperar los regalos en la noche de Navidad.

Navidad es otra de esas festividades que en México están completamente contaminadas por los contenidos televisivos de Estados Unidos. Y gran parte del conocimiento que uno tiene de niño sobre Santa Claus viene de las películas. Por esta razón me surgían ciertas preocupaciones cuando era niño (sí, era aprensivo desde chiquito).

Una de esas preocupaciones era sobre cómo iba a llegar Santa Claus a mi casa si no teníamos una chimenea. En las películas siempre se le veía a él o a sus duendes descender por la chimenea y dejar los regalos bajo el árbol antes de comerse las galletas y la leche que el niño de la casa le había dejado como agradecimiento (con esa dieta seguro cualquiera genera el sobrepeso que se carga ese señor). Pero mi mamá me explicó en aquel tiempo que Santa Claus era mágico y que siempre encontraba la manera de entrar, que las chimeneas eran una conveniencia y que no eran realmente necesarias, que en dado caso él podía entrar por debajo de la puerta. Eso me llevó a acostarme en el suelo y ver por debajo de las puertas preguntándome cómo es que alguien de su volumen podía pasar por ahí, pero en alguna caricatura había visto que Santa podía convertirse en polvo mágico y brillante y pasar por ahí sin problemas, así que esa cuestión quedó resuelta.

Otra preocupación que tenía era sobre cómo me iba a encontrar si estábamos de visita en casa de mi abuelita. Pero mi mamá también me explicó que él tenía la manera de saber siempre esas cosas. Y por supuesto, la famosa canción de Santa en la que parece un acosador profesional ya lo especifica muy bien, así que esa fue otra inquietud resuelta.

La última de mis preocupaciones era que mi mamá me había explicado que Santa Claus solamente llegaba a dejar los regalos si todos en la casa estaban dormidos. Eso me parecía especialmente preocupante porque los adultos siempre parecían dormir hasta muy tarde. Hacían una cena que terminaba a medianoche y después de eso se ponían a platicar y aquellas reuniones parecían no tener fin. Nunca supe cuánto tiempo más se quedaban despiertos porque siempre me quedaba dormido antes. Creía que la preocupación no me dejaría conciliar el sueño, pero de niño siempre me podía dormir sin importar qué tan preocupado estaba. Ese es un poder mágico que me gustaría recuperar.

Este último caso me trae además una duda existencial y es algo que hasta la fecha no he podido resolver. Y es que siempre me he preguntado cómo es que Santa siempre lograba dejar los regalos sin que yo me diera cuenta. No importaba qué tan noche me durmiera y qué tan temprano me despertara, siempre llegaba en el momento justo en el que yo estaba dormido. Cada año me planteaba la misión de verlo llegar, pero mi misión siempre fracasaba. Aunque me alegro de que nunca logré verlo porque mi mamá también me explicó que Santa dejaría de traerme regalos si algún día lo veía.

Esas mañanas eran realmente increíbles. Estaba la mezcla de la emoción por recibir los regalos y la maravilla de saber que Santa los había dejado ahí con su magia. Los regalos se convertían en una prueba irrefutable de que la magia es real. En algún momento también me pregunté sobre qué habilidades tenían los duendes para hacer copias exactas de los artículos que veía en las tiendas, pero eso era irrelevante ante tanta magia y emoción.

No hay nada más real que la magia de la Navidad. Magia que los adultos no cuestionan y que los niños pueden disfrutar. La magia de estar con nuestros seres queridos y poder agradecer a los que están y recordar con alegría a los que ya no están pero que siguen en nuestros corazones. Porque mi mamá me explicó muchas cosas y sus palabras y su amor siguen con nosotros en cada Navidad.

Enseñen a los niños a creer en la magia y nunca dejen que se apague en ustedes. Porque la magia es tan real que no la podemos ver, pero siempre podemos sentirla. Está en nuestra mente y hace que todo sea más bonito. Pasen buenas fiestas y no olviden ponerle un vaso de leche deslactosada light y galletas a Santa Claus.

Historias del Tarot, El Mago

La carta de El Mago es una de las más representativas y reconocibles del Tarot. Esta carta tiene el número 1 de los arcanos mayores y, por lo tanto, se relaciona con la idea del inicio y la individualidad. Este número, en el Tarot, es también entendido como la representación del principio masculino. En la escuela pitagórica, además, se consideraba que este número era el de la inteligencia.

En este arcano vemos a un hombre joven con un brazo en alto y otro apuntando al piso. Está vestido con una toga blanca ceñida por un cinturón que representa una serpiente que se está mordiendo la cola. Sobre la toga lleva una túnica roja y en la frente una banda blanca. Sobre su cabeza flota el símbolo del infinito. Frente al joven hay una mesa en la que se encuentran 4 herramientas: el pentáculo, la espada, la copa y el basto.

La posición del joven sugiere la idea de “así en la tierra como en el cielo”. El mago sería capaz de realizar cambios en el mundo espiritual o intelectual y luego llevarlos al mundo físico. En la mano sostiene una vara, principal herramienta de la magia que se relaciona con Hermes. Sobre la cabeza se encuentra el símbolo del infinito (lemniscata), que representa la idea de la inmensidad y la totalidad, lo que refuerza la idea que ya nos presenta el 1.

La banda sobre la cabeza sugiere la idea de que este joven es un iniciado. Todavía no es experto en el uso de sus artes, pero tiene todo lo que necesita para poder dominarlas. El cinturón se relaciona con el ouroboro, la serpiente que se devora a sí misma. Símbolo de los ciclos y la eternidad. En la alquimia ese símbolo representa también la idea de la unión entre el consciente y el inconsciente. Esto nos refuerza la idea de que el mago crea en el mundo intelectual para luego provocar cambios en el mundo físico.

En la mesa frente a él vemos las herramientas del mago que son, además, los palos de la baraja del tarot. Estas herramientas se relacionan con lo que algunos llaman los pilares de la magia (saber, querer, osar y callar) y además representan los cuatro elementos. El pentáculo representa la tierra y el plano físico, la idea de materializar. La espada representa el aire y el intelecto, la capacidad de acción. La copa representa el agua y las emociones, pero también se refiere a la imaginación. El basto representa el fuego y la atención y, por tanto, se relaciona con la voluntad del mago (el basto se puede entender como una extensión del dedo índice y la idea de señalar lo que se quiere conseguir).

En la astrología a este arcano se le relaciona con Mercurio, conocido entre los antiguos griegos como Hermes. Este personaje es entendido en el tarot como el portador del bastón (el caduceo) y el creador del fuego (que después es robado por Prometeo). Por esa razón el hecho de que el mago sostenga la vara es una representación de este personaje. Si entendemos a Hermes como el mensajero de los dioses, idea con la que se ha popularizado en la actualidad, nos refuerza también la idea del traslado de energías entre lo divino y lo físico, que es la idea detrás de este arcano.

Hijo de Zeus, nieto de Atlas y mensajero de los dioses… Existen muchos mitos en los que Hermes hace aparición, posiblemente sea el dios que aparece con más frecuencia. Se le relaciona con el comercio y los ladrones, además de ser un guía de las almas de los muertos. Sin embargo, ninguna de esas historias nos sirve directamente como relación con el tarot. Su relación radica, más bien, en lo que representa el personaje (un puente entre lo divino y lo terrenal). Pero sí es importante tomar en cuenta que Hermes fue, por un tiempo, el maestro de Dionisio (por lo que se relaciona con la carta de El loco) y que tiene un hijo llamado Hermafrodito (que se relaciona con el último arcano: El mundo).

En la actualidad Hermes es entendido como un simple mensajero de los dioses y reconocido por sus sandalias aladas. Sin embargo, es importante entender esas sandalias como símbolo de la elevación y, por tanto, como representación de nuestra capacidad para mejorar. También es importante tomar en cuenta que este dios era conocido entre los antiguos egipcios bajo el nombre de Thot, portador del báculo del fénix (el caduceo de Hermes) y dios de la sabiduría, la escritura y la invención, quien había incubado la creación con su voz. Por esta razón esta carta también se relaciona con el interior de la boca y el poder de las palabras (nuestras palabras son hechizos y debemos cuidar lo que decimos).

En su relación con la psique este arcano representa un estado de armonía en el que no nos afectan las influencias externas. Un estado en el que somos capaces de dejarnos llevar por nuestra intuición y no dejamos espacio para las dudas y los miedos.

Por último, en el sentido adivinatorio esta carta anula los efectos negativos que pudieran sugerir las cartas a su alrededor y se relaciona con la capacidad de poner nuestra voluntad en acción, por lo que es siempre un buen presagio en relación con los proyectos personales. También nos indica un acercamiento a nuestro interior (posiblemente a través de los sueños o prácticas espirituales). Cuando sale de cabeza nos advierte sobre inseguridades, falta de imaginación, un mal uso o enfoque de nuestras habilidades o una voluntad que carece de fuerza.

Esta carta nos invita a compartir nuestras habilidades con el mundo y a preguntarnos cómo estamos aplicando nuestros talentos y en qué partes de nuestra vida los estamos aprovechando. También nos recuerda que no debemos buscar nuestros objetivos con prisa, que debemos trabajar y ser pacientes sin perder el enfoque. Debido a esto, esta carta tiene un valor muy importante para mí en este momento de mi vida, por lo que he decidido utilizarla como estandarte de mi profesión y un recordatorio constante de que no debo rendirme en este proceso por convertirme en escritor de tiempo completo.

Los espero en la siguiente entrada.

Historias del Tarot, El Loco

La carta de El Loco, en inglés recibe el nombre de Fool, palabra que viene del latín follis, que significa fuelle. El término pasó a tener el significado de tonto por la idea de ser alguien que tiene la “cabeza hueca”. En el Tarot, esta carta se relaciona más con el significado de fuelle (de ahí la relación que tiene con el elemento aire) que con el de una persona loca en el sentido de alguien que no puede pensar claramente. Este arcano puede considerarse como un prólogo, un falso inicio o, incluso, puede moverse de posición y colocarse al final.

Esta carta es la 0 en la numeración de los arcanos mayores, número que se relaciona con la idea del vacío. Pensando en esto podríamos considerar que esta carta representa el mismo principio que el fuelle, un vacío que se puede llenar y lanzar aire con la fuerza suficiente para iniciar algo. Nos habla del potencial para lograr algo. Además, no es casualidad que la palabra follar tenga la misma raíz latina (sí, al parecer en algún punto de la historia alguien estaba trabajando con un fuelle y eso le hizo pensar en otra cosa), pues esta carta también se relaciona con los primeros impulsos sexuales y, por lo tanto, con la energía de la primavera y los comienzos.

“Niñez transformada en adolescencia” es la idea que define a esta primera carta. Se trata de un joven (aparentemente) inexperto que decide emprender un viaje hacia lo desconocido cargando solamente una bolsa misteriosa atada a un palo que lleva al hombro. Camina distraído con un perro a su lado que parece intentar llamar su atención, pues él no parece darse cuenta de que se dirige a un barranco. Y por supuesto, los precipicios de la vida no siempre nos resultan obvios a pesar de que otros a nuestro alrededor nos los señalen. Pareciera que El Loco se dirige a un gran peligro sin saberlo, pero la imagen, en lugar de comunicar alarma, nos brinda cierta tranquilidad en la que podemos suponer que el peligro es solamente aparente.

A este arcano se le relaciona con el mito de Dionisio. Aunque existen muchas versiones de esa historia, para el Tarot se toma en cuenta una versión que nos puede ayudar a entender las diferentes interpretaciones que puede tener esta carta y su relación con los otros arcanos. En esta versión Dionisio es hijo de Zeus (que representa al cielo) y Deméter (que representa a la tierra). En esta versión del mito Hera, la esposa de Zeus, se ofende ante la infidelidad de su marido (una de tantas) y, en su enojo, ordena a los titanes que descuarticen al bebé y lo cocinen en un caldero. Pero, el corazón del bebé sigue latiendo y Zeus, con ayuda de Atenea, logra rescatarlo.

Después usan el corazón para preparar una poción y se la entregan a Sémele, quien queda embarazada (porque así funcionaban los embarazos en el mundo antiguo). Hera, descubriendo lo que ha sucedido, se disfraza de una de las sirvientas de Sémele y la engaña para que invoque a Zeus en todo su esplendor, lo que provoca la muerte de ésta. El bebé aún no estaba listo para nacer, así que Zeus se abre una herida en el muslo y lo guarda ahí hasta que termina la gestación (hay que imaginar el tamaño de los muslos de Zeus). Por esta razón Dionisio es conocido como el “nacido dos veces”. En otras versiones es hijo directamente de Sémele, quien era una princesa tebana y su condición como semidiós le genera mucha popularidad entre los antiguos griegos.

Tras su segundo nacimiento Dionisio es entregado a Hermes como aprendiz y Zeus decide que tiene el potencial de sustituirlo algún día y lo deja entre los mortales con la consigna de que tiene que iniciar las bases de su culto antes de tomar su lugar entre los dioses olímpicos. En sus andanzas Dionisio descubre la forma de hacer vino y su culto se convierte en bailes y borracheras que normalmente acababan en orgías. Obviamente esto provocó que sus seguidores crecieran con mucha rapidez y que en muchas regiones trataran, sin éxito, de prohibir su culto. Al final Dionisio se gana su lugar entre los dioses y es el último dios en unirse al grupo de los olímpicos.

En la actualidad se suele ver a Dionisio simplemente como el dios del vino, posiblemente porque los romanos lo diluyeron hasta convertirlo en eso cuando lo renombraron como Baco. Sin embargo, para los griegos Dionisio tenía una importancia mucho mayor. Era la personificación de la capacidad de liberarse a sí mismo al ir en contra de los tabús y las prohibiciones, de la plenitud de la vida y del placer que provoca expresar los impulsos más profundos (nuestro lado animal). Además, los ritos que se hacían en su nombre dieron origen al teatro, que para los griegos era la mezcla de todas las formas de arte, por lo que también se le veía como el protector de las artes.

Esta historia proporciona muchas de las bases que necesitamos para entender este arcano. En cuanto a los símbolos que encontramos en la carta de El Loco, vemos que el personaje está vestido de verde, representando la energía de la primavera. Está acompañado de un perrito que representa la energía animal, pero no desde una perspectiva bestial y salvaje sino curiosa y juguetona. En una mano sostiene una rosa blanca que representa la inocencia y en la otra un palo con una bolsa en la que se cree que guarda el instinto y el potencial de la intuición (representada por el águila que decora la bolsa). El sol detrás de él nos anuncia que el humano es capaz de trascender sus impulsos animales.

En su relación con la psique este arcano simboliza los elementos necesarios para disolver la personalidad que adquirimos en nuestro intento por ser aceptados por los otros, las máscaras que usamos en la sociedad para evitar el rechazo. Desde la infancia nuestros padres comienzan a moldearnos, nos hacen conocer lo que es aceptable en la sociedad en la que nacemos y rechazar los impulsos de aquello que podría causar que nos vean mal. Esta carta nos invita a reconocer esas máscaras y retomar la propia identidad.

Finalmente, en el sentido adivinatorio este arcano se relaciona con el inicio de proyectos o de un proceso de renovación de nuestra vida. Por otro lado, también nos advierte (cuando sale de cabeza) sobre controlar los nervios y dominar los miedos que tenemos ante estos proyectos o sobre dejarnos llevar por la situación sin reflexionar qué es lo que realmente queremos.

Esta carta nos invita a dejar atrás nuestro pasado, abandonar aquello que hemos sido y con lo que no nos sentimos satisfechos y avanzar hacia nuestro potencial, por lo que nos lleva a reflexionar sobre nuestros miedos y a cuestionarnos si les estamos permitiendo frenarnos.

Espero verlos en la siguiente entrada, en donde les contaré sobre el siguiente arcano: El Mago.

Historias del Tarot, Los Arcanos

Era solamente un niño cuando me encontré con la Guía completa para el Tarot, de Eden Gray, publicada en 1976 por Editorial Diana. El libro había pertenecido a mi abuelo, quien lo había conseguido como parte de su interés por la numerología y sus temas relacionados. Él había estudiado ingeniería mecánica, pero el destino decidió que debía dedicarse a la ingeniería civil y los números se convirtieron en una parte importante de su vida. Después el libro pasó a manos de mi papá, quien estudió ingeniería bioquímica, pero su camino lo llevó a convertirse en profesor de matemáticas, profesión que ejerció hasta hace unos años cuando se jubiló. Hasta ese momento parecía que los números perseguían a nuestro linaje.

Tal vez logré alejarme de ese destino y tomar el sendero de las letras, pero el Tarot no me dejó escapar y decidió entrar a mi vida desde aquella temprana edad.  Aunque en el momento en el que encontré el libro no sabía sobre la existencia de esas cartas y no imaginaba que algún día iba a terminar relacionándome con ellas. Recuerdo que el libro me provocó curiosidad por el dibujo de la portada, que me resultó enigmático. Después comencé a hojearlo y me encontré con las descripciones y explicaciones de cada carta. Las imágenes de las cartas fueron las que más llamaron mi atención en aquel tiempo.

Sin embargo, esa curiosidad fue solo el comienzo. En los siguientes años desarrollé cierta obsesión (sana y académica) con todo lo relacionado al ocultismo y esoterismo. Temas que se convirtieron en parte de mi inspiración literaria. Ese interés me llevó además a certificarme como tarotista y a estudiar una especialidad en Parapsicología en el Instituto Mexicano de Parapsicología. No imaginaba que el hallazgo de aquel libro en mi infancia iba a ser tan importante. Y a pesar de que en ese tiempo no pude conseguir una baraja de Tarot, cuando por fin lo logré no me detuve ahí y con el tiempo he coleccionado las barajas que me han parecido más interesantes y que ya les iré compartiendo en mi Instagram, en donde pueden encontrarme como @coelseville (también podrán ver mis posts en Facebook, si lo prefieren).

Si bien el Tarot se ha popularizado como un sistema adivinatorio, no es la manera en la que yo lo veo. Para mí está más bien relacionado con las historias de la humanidad. Desde las primeras historias de las que se tienen registros, como la epopeya de Gilgamesh, hasta las películas que vemos en el cine en estos días. Y, por supuesto, la historia de nuestras propias vidas. Es por eso por lo que he decidido titular “Historias del Tarot” a esta sección de mis elucubraciones.

El tarot se ha popularizado mucho en los últimos años. No es raro verlo en películas y series de televisión y tampoco es extraño que se le mencione en libros, especialmente si se trata de historias de terror. Sin embargo, para aquellas personas que no estén completamente familiarizadas con él, creo que es importante explicar algunas cosas básicas.

El tarot consta de 78 cartas, las cuales son conocidas como arcanos. 56 de esas cartas son los arcanos menores y son similares a las cartas de la baraja española o a los naipes de juego. Esos arcanos menores están divididos en 4 categorías, que en tarot se nombran bastos, copas, espadas y pentáculos y van desde el 1, que es un as, hasta el 10, y luego vienen el paje, el caballero, la reina y el rey (el orden es dado por categorías medievales del patriarcado dominante porque el tarot es una cosa muy vieja, pero, a pesar de lo machista que pueda parecer, en realidad el tarot pone a lo femenino y lo masculino en igual importancia como parte de un balance universal).

Las 22 cartas restantes son conocidas como arcanos mayores. De esas las más populares en las películas de terror suelen ser el diablo y la muerte, con las que la adivina en turno suele asustar al protagonista y advertirle sobre un peligro inminente. Eso es algo que no te ocurrirá en la vida real si decides acudir a una lectura de cartas, primero porque el protagonista suele salir corriendo sin pagar y segundo porque esas cartas no están directamente relacionadas con peligros inminentes. De todas formas, muchas de las personas que se dedican a leer las cartas suelen cobrar antes de la lectura, no sea que el cliente decida salir corriendo cuando le salga alguna de esas cartas.

Es precisamente de los arcanos mayores de los que les iré contando en las entradas posteriores. Les hablaré de los mitos, leyendas e historias que están relacionados con ellas y un poco de los símbolos que contienen, su relación con la psique humana y el significado adivinatorio que algunos les atribuyen. En la próxima entrada: la carta de El Loco.

El nacimiento de Coel, parte 3

No estaba en mi mejor momento. Las medicinas me habían ayudado a dormir a pesar del hipo, pero el descanso que proporcionaban no era el ideal. El dolor provocado por los espasmos era tan molesto que se había vuelto insoportable y mi esófago estaba irritado porque el hipo me seguía obligando a vaciar el estómago cada vez que intentaba comer. Los medicamentos y la falta de alimento me mantenían en un estado constante de aletargamiento.

Para ese momento ya me sentía desesperado. El tratamiento que me había mandado el gastroenterólogo ya había comenzado a hacer efecto, pero el alivio que generaba era mínimo. El hipo se había convertido en una tortura constante que parecía que nunca tendría fin. Yo solo quería que se detuviera. Esa desesperanza fue la que me llevó a cometer el error.

Fue en ese momento que llegó la recomendación de ir a una sesión de acupuntura. Nunca había tomado un tratamiento de ese tipo, pero en mi cabeza sonaba como un remedio maravilloso que tal vez sería capaz de detener el hipo de una vez por todas. Saqué una cita con la doctora, que además se dedica a la medicina homeópata, y me dijo que me atendería el sábado.

El universo trató de detenerme, pero lo ignoré, como uno suele hacer en esos casos. La primera señal que me dio fue la dificultad para dar con el lugar. Mi papá me llevó a la cita y no es fanático de usar el GPS, manejar es una de esas cosas que todavía le gusta hacer a la antigua. La referencia que le dieron estaba bastante lejos del lugar y requirió una llamada telefónica para dar por fin con el consultorio.

La doctora atendía en su casa, en la que había adaptado un cuarto para atender a sus pacientes. La segunda señal del universo fue la incomodidad que me hizo sentir ese espacio con esos sillones viejos y la falta de higiene. La mascota de la doctora, una perrita, decidió hacer pipí justo en la entrada de la sala de espera y nadie acudió a limpiar.

La tercera señal fue casi un grito. Adentro del consultorio la perrita también había hecho sus necesidades, pero ahí habían sido sólidas (qué envidia). Y la paciente anterior había pisado una parte y aquello estaba batido en el piso. Cuando le señalé a la doctora lo que había acontecido ella lo limpió usando solamente un papel como si fuera algo a lo que ya estaba acostumbrada y no fuera poco higiénico.

El consultorio estaba decorado con cientos de figuras de angelitos y yo solo pude imaginar la cantidad de polvo que se había ido almacenando sobre ellos. La doctora salió a deshacerse del papel y su contenido, y ese debió ser el momento ideal para hacerle caso a las señales y salir corriendo. Pero me quedé. La idea de que el hipo fuera a desaparecer mágicamente al insertar las primeras agujas era demasiado buena como para renunciar en ese momento.

La doctora regresó, mi papá contestó las preguntas del interrogatorio y luego me pasó a la báscula para pesarme. Ahí fue cuando me di cuenta de que había perdido 10 kilos desde que el primer doctor me había pesado el lunes. Por fin podía ver mis pies nuevamente. Aquí quiero hacer una pausa para decir que, si bien el hipo es altamente efectivo para bajar de peso no lo recomiendo en absoluto. También pienso que debí aprovechar para documentar mi caso con fotografías y dedicarme después a vender productos milagrosos para bajar de peso, pero fue una de esas oportunidades únicas que dejé pasar.

Después me acosté en la mesa de exploración y comenzó a ponerme las agujas. Estaba nervioso porque era la primera vez que me las metían. Será una primera vez que recordaré por siempre. Al menos no tuve que intentar lo del dedo, por si todavía seguían con esa duda. Me habían dicho que se sentía rico y que era relajante… lo de las agujas, digo. Pero supongo que nunca han tenido hipo cuando les hacen el tratamiento. Cada espasmo era doloroso.

Me quedé esperando a que la magia sucediera, pero no pasó nada. La doctora recurrió al siguiente nivel en la tortura y conectó las agujas a un aparato para añadir electricidad. El dolor y la incomodidad aumentaron, pero la magia siguió sin ocurrir. Creí que ahí terminaría la tortura, pero la doctora todavía quería llevarlo al siguiente nivel. Encendió un puro y “accidentalmente” dejó caer unas cenizas sobre mi estómago, o lo que quedaba de mi estómago para ese momento. El dolor me hizo moverme y las agujas electrificadas me hicieron recordar los experimentos que le hicieron a Wolverine.

La doctora sostuvo el puro sobre la zona de mi diafragma durante varios minutos. La teoría era que el calor del puro ayudaría a que se relajara. En ese momento pensé que seguramente había otras maneras de añadir calor sin tener que dejar caer cenizas sobre mi piel. Después de un rato decidió terminar con la tortura y retiró el aparato y las agujas.

Después me explicó lo dañinas que podían llegar a ser las medicinas que me había recetado el gastroenterólogo y me dijo que las dejara de inmediato y me preparó unos chochos homeopáticos para sustituir ese tratamiento. Regresé a casa sintiéndome mucho peor que antes y esa noche fue la peor de todas. El humo del puro había provocado que el hipo empeorara y se me quedó el olor impregnado a pesar de que me bañé dos veces antes de intentar dormir.

Esa noche no pude dormir por lo mal que me sentía. Y poco antes del amanecer lloré. Lloré de impotencia, de dolor y de miedo. Lloré porque creía que no se me iba a quitar nunca el hipo y porque ya no podía más con él. Y entonces el hipo se quitó y recordé las palabras del gurú de la fila de la farmacia. Y fue en ese momento en el que entendí sus palabras.

Por fin amaneció. El hipo todavía regresó algunas veces, pero duraba poco después de que me permitía llorar. Decidí que era mejor ignorar el tratamiento homeopático y continuar con el que me había recetado el gastroenterólogo. La medicina fue lenta, pero siguió haciendo efecto. El tratamiento también incluía una dieta que he tenido que seguir hasta la fecha. Mis evacuaciones tardaron todavía varios meses antes de volverse sólidas. Nunca me había sentido tan orgulloso de algo como cuando tapé el baño después de aquella crisis.

Tiempo después entendí que el hipo me había dado por querer estar en dos lugares al mismo tiempo y porque el estrés en mi vida ya había llegado a niveles alarmantes. También entendí que todo fue culpa de mi hermana por haber pedido tacos ese día… no es cierto, aprendí que debemos escuchar siempre a nuestro cuerpo y a las señales que nos da el universo. Porque llevaba mucho tiempo ahogándome en estrés, pero había decidido aprender a vivir con eso. Y mi recomendación, si de algo les sirve, es que nunca se acostumbren al dolor o a la incomodidad. Que escuchen a su cuerpo y no se entreguen al estrés. La vida no es para vivirla enojados, tristes o ansiosos.

Bien dicen que no hay mal que por bien no venga. Al final, esta crisis me ayudó a despertar y recuperar el control de mi vida. Volver a cuidar mi alimentación en lugar de comer lo que tuviera a la mano por estar demasiado ocupado. Y volver a perseguir mis sueños… ya me puedo levantar más tarde.

Mi tratamiento, como dije, duró varios meses, por lo que no me fue posible regresar a dar clases al siguiente curso. Eso me dolió porque justo ese semestre se iba a realizar la ceremonia de mis 10 años de dar clases. Eso ya no ocurrió, pero me reconfortan los mensajes ocasionales que me mandan algunos de mis antiguos alumnos.

Hace 10 años decidí que quería ser profesor porque creí que sería un trabajo que me dejaría suficiente tiempo libre para escribir (qué equivocado estaba) y porque lo considero algo noble y necesario para la sociedad. Agradezco y aprecio cada año que pasé dando clases y estoy feliz porque eso me permitió conocer a muchas personas maravillosas (tanto alumnos como compañeros) que hoy me inspiran. Pero estoy listo para regresar a mi camino inicial o al menos morir en el intento. Estoy listo para ser escritor.

Los espero en la siguiente entrada, en donde comenzaré a contarles sobre uno de mis intereses: El Tarot.

El nacimiento de Coel, parte 2

Tenía hipo y diarrea. Mi dignidad peligraba con cada espasmo y he de confesar que sucumbió un par de veces. En mi defensa solo puedo decir que para ese momento estaba dopado y dormido gracias a la influencia de las medicinas. Fueron momentos duros, al contrario de mis evacuaciones.

El hipo duró una semana sin detenerse, como dije, probé casi de todo, pero no las últimas dos opciones (los invito a que lean la entrada anterior si no saben de qué les hablo). Pero regresaré un poco en la historia, para narrar los eventos en orden (al menos el orden que mi mente afectada por la falta de sueño logró darles).

El primer día, un lunes, fue el de la junta y no me pareció alarmante porque lo consideraba algo pasajero. Además, en ese momento estaba más preocupado por mi estómago. Pero llegó la noche y el hipo no cedía. Intenté ir al doctor, pero a esa hora ya estaba cerrado así que fui a la farmacia para averiguar si existía algo para aliviar mis males. Solo tenían medicina contra la diarrea y me recomendaron nuevamente los remedios caseros para el hipo. El universo parecía querer orillarme a probar lo del dedo, pero yo no estaba dispuesto a ceder.

Un gurú de la fila de la farmacia se me acercó después de escuchar sobre mis males. Tienes que llorar, me dijo. Después procedió a dar una explicación sobre las emociones y cómo afectan nuestro cuerpo. Entiendo, dije dándole el avión. Debí hacerle caso, pero en ese momento no entendí la relación entre llorar y que se me quitara el hipo. Obviamente no logré conciliar el sueño esa noche y, después de tantas horas, las costillas ya comenzaban a dolerme.

El martes por la mañana pude ir al doctor. Hizo el rutinario interrogatorio y después me dijo que quería probar la maniobra de Valsalva y que me tenía que acostar en la mesa de exploración. Va a probar lo del dedo, pensé mientras una lágrima me escurría por la cara. Pero no, por suerte solo me apretó el diafragma mientras exhalaba.

El remedio pareció algo mágico. Se me quitó de inmediato. Además, me puso una inyección que evitaría que me regresara el hipo. Volví a casa con el kit de medicinas que me recetó y creí que por fin podría comer y dormir. No había podido comer porque el hipo me obligaba a devolver todo lo que entraba y no podía dormir porque no podía relajarme con el hipo. Pero el hipo regresó después de intentar comer… el remedio mágico resultó durar poco más de 3 horas.

Contacté al doctor y me dio cita para el día siguiente. Para ese momento ya no se podía considerar mi mal como algo pasajero y ahora el hipo ya parecía más alarmante que el problema estomacal. Después de otra noche de no comer y dormir regresé con el doctor. Intentó la maniobra nuevamente pero ya no funcionó. Me recomendó ver a un gastroenterólogo y luego me habló de la posibilidad de que el hipo fuera provocado por algo más, también me dijo que una solución podría ser operar el nervio frénico. Con las cosas que mencionó estaba claro que un susto no iba a remediar la situación y la angustia comenzaba a ganar terreno.

La cita con el gastroenterólogo sería hasta el día siguiente por la tarde. La espera me pareció eterna. Para ese momento el dolor de costillas había aumentado y sentía como si me hubiera pateado un hipopótamo. Aunque no sé qué tan fuerte pateen los hipopótamos, pero seguro que bastante fuerte, especialmente si están bajo el agua. Por cierto, la etimología de hipopótamo se entiende como “caballo de río” y siempre me ha parecido curioso que decidieran llamarle así.

El jueves por la tarde pude ver al gastroenterólogo. En esta ocasión mi hermana tuvo que responder el interrogatorio por mí. Entre el hipo, el dolor que me provocaba, la falta de sueño y el efecto de las medicinas que me habían dado yo ya no estaba en condiciones de responder. Alivió rápidamente todos los miedos que me había infundado el otro doctor y me dijo que mi problema era porque el estrés me había provocado gastroenteritis y eso me había causado reflujo, que era lo que causaba el hipo. Y, por si se lo preguntan, no usaba bastón y era buena persona. Tampoco se parecía al Dr. House. Me recetó medicina contra la ansiedad, que fue lo que me ayudó a dormir a pesar de que el hipo continuaba. Por supuesto también me hacía bajar la guardia y aflojar las defensas posteriores… Por eso sucumbió mi dignidad.

Sin embargo, el hipo no se detuvo de inmediato y para ese momento ya había perdido la paciencia. Además, mi mente no estaba en su momento más brillante. Lo que me llevó a cometer un gran error. Pero les contaré sobre eso en la siguiente entrada, junto con el desenlace de esta triste y escatológica historia.

El nacimiento de Coel, parte 1

Todo empezó con unos tacos. Mi hermana había venido de visita a México después de más de dos años de no vernos. La pandemia nos había mantenido lejos físicamente, aunque la tecnología nos permitió seguir en contacto. En ese tiempo yo todavía trabajaba como profesor, impartiendo clases en preparatoria. Para esa semana el semestre ya había terminado y había tenido unos días libres, pero justo al día siguiente tocaba empezar la planeación del siguiente ciclo y eso implicaba que tendría que ir a la escuela nuevamente.

Ese domingo yo habría preferido comer hamburguesas, un antojo que suelo darme cuando requiero motivación. Pero mi hermana eligió comer tacos, desde luego. No solo tenía dos años que no nos veíamos, también llevaba ese tiempo sin probar los famosos tacos de nuestro pueblo. Porque en Montreal también se consiguen, pero no es lo mismo sin la sazón de la mugre de nuestras tierras y el sagrado sudor del taquero. Todavía me pregunto si las cosas hubieran resultado de manera similar de haber elegido un menú distinto ese día.

El lunes por la mañana me disponía a salir al trabajo, pero había pasado una mala noche por un malestar en el estómago. El evento comenzó mientras preparaba mis cosas justo antes de salir de la casa. Hipo. El hipo parece ser algo inofensivo, incluso gracioso. Se le suele relacionar con los borrachos y los niños. O con la película de Cómo entrenar a tu dragón. Uno nunca espera que dure más de un par de minutos.

Aguanté la respiración. Pareció detenerse y seguí preparándome. Volvió casi de inmediato. Un hipo testarudo, pensé, no hay razón para preocuparse. Tomé agua, pero no surtió efecto. Me espanté yo solo viendo que se me hacía tarde, pero tampoco funcionó. Un retortijón me obligó a visitar el baño una vez más antes de salir de casa. Vaya retortijón que resultó ser. Definitivamente se me había hecho tarde.

Le escribí a mi jefe para solicitarle que me permitiera conectarme a la junta de manera remota, una de esas ventajas que nos había dejado la pandemia. Durante toda la junta siguió el hipo, pero todavía no me parecía alarmante, en ese momento me preocupaba más lo que estaba pasando con mi estómago.

Pero no se detuvo en todo el día. Probé casi todos los remedios caseros que encontré, y digo casi todos porque hubo dos que o no me atreví a probar o no contaba con la ayuda adecuada para intentarlo. Los primeros remedios eran los más conocidos. Dejar de respirar, que ya había probado sin éxito. Luego intenté con el vaso de agua fría, que tampoco funcionó. Respirar en una bolsa tampoco surtió efecto. Tomar agua de cabeza, casi muero en el intento, pero tampoco fue una solución. Que me hicieran reír o me asustaran tampoco dio resultados. Para ese momento ya empezaba a desesperarme, pero los últimos dos remedios eran demasiado… poco ortodoxos. El primero consistía en tener un orgasmo, que claro, uno podría intentarlo solo con el pretexto de que se tiene que quitar el hipo, al final cualquier pretexto es bueno para eso, pero no era una opción disponible después de un día entero con hipo y con el estado en el que se encontraba mi estómago. El segundo era todavía más peculiar: Introducir un dedo en el ano. Supongo que después habría que buscar el botón de emergencia para resetear todos los sistemas del cuerpo y todo se habría solucionado, pero por más desesperado que estuviera no estuve dispuesto a probarlo, y menos con la diarrea que tenía. Ningún otro remedio había funcionado y no quería perder la dignidad con más intentos, unos días después sería lo único que me quedara (me refiero a la dignidad).

Después de tres días de hipo terminé perdiendo el sueño y el apetito, pero dejaré esa parte del relato para la siguiente semana, si es que todavía les apetece leerme. Si les da hipo mantengan la calma y cuélguense de una puerta (con las manos, no del cuello). En esos días aprendí que es el remedio más efectivo, aunque a mí solo me sirviera por unos minutos. Los espero en la siguiente entrada… de este blog, no del dedo.

Halloween 2022

Halloween es mi fecha favorita. Esa es la razón por la que he decidido estrenar este blog el día de hoy. Me gusta ver las decoraciones de monstruos, calabazas y fantasmas de sábanas por todas partes. Me gusta la música alusiva y me gusta que se estrenen películas y libros de terror, uno de mis géneros favoritos. No recuerdo cuándo me empezó a gustar el Halloween, o si es que siempre me ha gustado. Pero hay un recuerdo en particular que se quedó grabado en mi memoria.

Cuando era niño solíamos visitar Zumpango, un poblado al norte de la ciudad de México donde vivía mi abuela materna. Pueden leer mi cuento La fábrica de tabiques, que se inspira en aquella etapa de mi vida. En otras ocasiones un grupo de vecinos me invitaba a salir a pedir dulces con ellos, pero en esa ocasión nos tocó pasar la fecha en Zumpango con mis primos.

Yo tenía la idea de que en Halloween las casas se decoraban con calabazas porque era lo que veía en las películas, pero en México no se celebra y, en cambio, es muy importante el Día de Muertos. Con la influencia de las películas y series de Estados Unidos y la importancia del Día de Muertos, se han terminado mezclando ambas fechas y en este país se sale a pedir calaverita el 1ro de noviembre.

En aquella ocasión yo quería llevar una calabaza con una vela como veía que hacían en las películas. Mi abuelita, por supuesto, quiso apoyarme en esa idea y me consiguió un chilacayote, que es un fruto que se utiliza en la gastronomía mexicana y que no se parece a una calabaza, pero fue lo más cercano que pudo conseguir. Convencí a mis primos de ayudarme a limpiarlo y los tres salimos a pedir dulces llevando nuestra creación. Duró poco, por supuesto, porque, a pesar de pertenecer a la familia de las calabazas ese fruto tiene una corteza mucho menos resistente. El calor de la vela hacía que fuera imposible tenerla con la tapa puesta y caminar con el chilacayote destapado (sin albur) provocó que se apagara en los primeros 10 minutos del viaje. Igual pude hacer el recorrido llevando aquella artesanía y para mí fue algo maravilloso.

El gusto de salir a pedir dulces me duró muy poco porque la infancia pasa demasiado rápido y para cuando uno se da cuenta ya es adolescente y demasiado grande para andar pidiendo dulces. Pronto tuve que recurrir al pretexto de cuidar a los vecinos más pequeños o a los sobrinos para poder seguir haciendo esos recorridos.  Y es que me gusta mucho disfrazarme.

En los disfraces encuentro una libertad que me resulta única. En los cuentos se pueden crear seres fantásticos, pero con los disfraces uno puede convertirse en ellos. Por eso prefiero disfraces que salgan de mi imaginación y que los arme con distintos elementos que haya encontrado por casualidad, aunque siempre me terminen preguntando que de qué me disfracé y pongan cara de extrañeza cuando les contesto que de monstruo.

Desde pequeño me resultaba atractiva la idea de los monstruos, no como algo que me diera miedo sino como algo que me resultaba fascinante. Tal vez empezó con las películas, particularmente Nightmare Before Christmas de Tim Burton. Esa película logró impactarme desde esa primera secuencia del rey calabaza, y también es muy seguro que desde ese momento haya comenzado mi obsesión con los fantasmas de sábanas. Lo que me lleva a otra de las cosas que me gustan de estas fechas, que todo está decorado con telarañas, calabazas, monstruos, gatos negros, brujas y, desde luego, fantasmas de sábanas.

Los monstruos, sin duda, siempre han tenido un lugar muy especial en mi vida. Aunque prefiero a esos seres que se usan como una herramienta para explorar la condición humana y no aquellos que son solo un pretexto para un espectáculo sangriento. Y en ello radica también mi gusto por el género de terror, no solo en películas sino también en la literatura. Mi vida no sería la misma si no me hubiera encontrado, desde mi adolescencia, con los textos de H. P. Lovecraft, que terminarían abriéndome las puertas a otros autores de su círculo como Clark Ashton Smith, August Derleth o Robert Bloch, con Robert E. Howard como caso aparte pues, con Conan, me llevaría además por el sendero de la fantasía, del que ya hablaré en otra ocasión. Después conocería a otros autores como Arthur Machen y Algernon Blackwood, en los que encontraría la mezcla de todo lo que me gusta con sus oscuras historias relacionadas con el mundo de las hadas.

Por supuesto, no he mencionado a Edgar Allan Poe, no porque no sea importante sino porque lo es demasiado. Aunque encontrarme con sus textos no fue otra casualidad, sino que se encontraba entre los textos de la escuela junto con los de Horacio Quiroga. También en la secundaria conocí los libros de R. L. Stine, cuyos libros se vendían dentro de la escuela en estas fechas (no acaban las razones por las que esta temporada me hace tan feliz). En otra ocasión les contaré más sobre estos autores que han influido en mí y por qué espero poder llegar a escribir como ellos.

Como podrán darse cuenta, Halloween es muy importante para mí porque me permitió encontrar el mundo de las historias de terror de las que nacieron mi influencia literaria y mi deseo por convertirme en escritor. Para cerrar esta primera entrada solo quiero desearles que disfruten este Halloween. Pónganse un disfraz, coman dulces, hagan un maratón de películas (o de la serie Guillermo del Toro’s Cabinet of Curiosities que está excelente) o lean cuentos de terror; olviden los prejuicios sociales, aunque sea por un día y sean felices, siempre.

Les comparto mi disfraz de este año que consiste en una máscara de elfo o criatura del bosque y una cobija.